Me encanta su sonrisa. Me encanta que me mire y tener que apartar la mirada. Me encanta que me pique con sus tonterías de niño pequeño. Adoro no poder enfadarme con él, porque me hace reír con cualquier estupidez. Me encantan sus caricias y quedarme embobada mirándole. Me encanta su forma de decir mi nombre. Me encanta que me repita mil veces que no me raye por el qué dirán. Me encanta él y no puedo evitarlo. Le voy a demostrar que le quiero, y no precisamente para un rato. Ni distancia, ni otras chicas. Va a ser mío cueste lo que cueste.
Dudar, es todo lo que puedo hacer en estos momentos. ¿Lo hago o no? ¿Y si sale mal? ¿Y si sale bien?
Mi cabeza es una mar de dudas, de desesperación. No quiero ver a nadie, ni si quiera a él, pero en fondo lo único que quiero es pasarme la tarde a su lado. Y es que puedo ser la chica más fuerte del mundo, pero cuando se trata de él todo cambia. Me siento vulnerable, indefensa.
Y volver a vivir lo ya vivido y a sentir lo sentido, pero esta vez con más intensidad, con más amor, con más gracia y menos prisa. Con la misma vergüenza pero con distintas palabras. Con menos preocupaciones por el que dirán pero todo con un objetivo común: él.
Cuando veo llover imagino que la lluvia escribe sobre el suelo miles de frases.Siempre distintas porque siempre llueve distinto.
Y me imagino que puedo pedir un deseo, elegir una de las miles de frases que las nubes escriben en el polvo y que ese deseo se convertirá en realidad.